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martes, 10 de marzo de 2015

La máquina de coser

Cuando me pidió Mercedes que hablara de mujeres y de tecnología en mi familia, me quedé un poco descolocada. De hecho llego tarde al evento porque no sabía cómo hilvanar ambos conceptos.
Hombres de mi familia y tecnología, sí. Aunque, por supuesto, la tecnología de aquellos años cincuenta y sesenta: el primer televisor, la primera calculadora, el primer transistor,...Las mujeres de mi familia aceptaban e incluso llegaban a usar todas esas cosas. También tuvieron las suyas propias: la lavadora, el frigorífico,...
Supongo que nos vamos fijando en la distribución de los papeles en los electrodomésticos. Esto era así en esos años, y mi experiencia me dice que no hemos avanzado mucho.

Así que, ¿qué tecnología asocio yo con las mujeres de mi familia a lo largo de todas las generaciones? Muy simple: la máquina de coser. Siempre ha estado en la casa de todas ellas. Conozco todos los modelos. Es verdad que no todas mis antepasadas féminas eran modistas. Pero, indefectiblemente, en aquella época, toda mujer de su casa que se preciara debía saber coser a máquina. Estaban por todas partes.

Mi madre y varias de sus hermanas tenían un taller de costura. Supongo que era su vocación, creo que disfrutaba con ello. Así que desde bien pequeña intentó enseñarme a hacer algo con aquella infernal máquina en la que había que hacer varias cosas a la vez. Este era el modelo que todavía guardo en casa



Cómo el cerebro era capaz de coordinar las actividades oculo-manuales y simultáneamente mover las pies (punta-talón) en ese pedal que imprimía acción a la máquina, es uno de los misterios que todavía me impresionan. ¡Aquello era diabólico! ¡Y la de recovecos que había que traspasar para enhebrar la aguja...! ¡Yo no podía estar en tantas cosas a la vez! Odié esas máquinas instantáneamente, y me prometí que nunca aprendería a usarlas.

Había visto a las mujeres de mi familia desojarse hasta las tantas de la madrugada encima de ellas. Fue instintivo, decidí desterrarlas de mi vida.

Mi madre, una mujer de armas tomar, compró como último remedio, cuando yo ya no vivía en casa, el no va más de las máquinas de aquel entonces. Dijo que era para su nieta, mi hija, que entonces tendría unos tres años.

Fue la estocada definitiva. Aunque esta ya no tenía el fatídico pedal, seguía siendo como un potro de tortura para mí.
La conservo. Dejaré que mi hija decida si quiere usarla; estoy viendo reverdecer el uso de los trabajos manuales, tricot, punto y esas cosas... Ya saben, la historia es un péndulo.

Pero el caso es que también tengo un hijo, y a nadie se le ha pasado por la cabeza que herede la máquina de coser de su abuela...

... Eso, y que el único hombre al que le haya visto usarla, sea el asesino en serie de El silencio de los corderos, me hace pensar... me hace inquietarme, más bien.


Así que, ¡feliz día de la mujer trabajadora y eso...!

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