@londones Mira en tu correo, Mercedes. Un beso, guapa.
— José Luis Sánchez (@JLBracamonte) marzo 2, 2015
Llega ese caballero de Peñaranda, envuelto en palabras y haciéndonos sentir en ese lavadero, en esa manera de mirar el mundo de su abuela, de tantas abuelas de los que peinamos canas...Gracias por estar siempre presto a la llamada de ese personaje que enreda en la red y dejándote atrapar por la telaraña ... nuestra telaraña.
El moño de la abuela Pepa
Cuando la primera lavadora
automática hizo acto de presencia en la casa familiar, mi abuela Pepa no paraba
de mirar por el ojo de buey tratando de averiguar la alquimia de una máquina
que eliminaba las manchas de la ropa sin tener que restregar con los nudillos,
dar bálago, aclarar y escurrir la ropa retorciéndola hasta el estrangulamiento,
como quien estruja un limón. No
alcanzaba a comprender que una máquina con aspecto de cíclope, pudiese dejar la
ropa casi tan bien como ella, porque a decir verdad, mi abuela siempre era
capaz de encontrarle algún defecto o de percibir los restos inexistentes de una
mancha, a pesar de su visión borrosa por las cataratas. Mi abuela Pepa estaba convencida de que el aparato de un
solo ojo, o quizá sería mejor decir de boca redonda, tenía celos de ella, ya que era capaz de darle más blancura a la
ropa interior con el método tradicional. Y allí estaban, una y otra, en el
lavadero, en abierta competición por ver quien acababa antes la colada. Mi
abuela restregando sobre la tabla de lavar con el jabón casero, y la máquina digiriendo
su ración diaria de sábanas y camisas. Un
día, al comenzar el centrifugado, la lavadora hizo un movimiento extraño y
comenzó a dar saltos desplazándose amenazadoramente por la habitación. Mi
abuela, desprevenida ante el ataque imprevisto de aquella fiera que quería
expulsarla del lavadero, se levantó para
hacerla frente, pero dio un traspiés, perdió el equilibrio y se desplomó hacia atrás alcanzando el suelo
con la cabeza. Menos mal que su frondoso
moño encima de la nuca amortiguó un golpe que podría haber resultado fatal. Desde
ese día, mi abuela se mudó con su tabla y su barreño de zinc, al patio de luces
de la casa, aunque cada mañana acudía al lavadero a mirar como la máquina, de
nombre ELBE Stice Novissima, hacía su
trabajo. La abuela siguió lavando su
propia ropa hasta el mismo día de su muerte, acaecida el 8 de marzo de 2007,
cuando tenía 96 años. Barruntamos que
algo iba a ocurrir, porque esa mañana, la abuela Pepa fue hacia el lavadero con
su tabla y su barreñón, los depositó
encima de la lavadora, murmuró algo entre dientes y desenchufó la máquina de la
corriente.
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